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DOCUMENTO 3589. DISCURSO DE ANGOSTURA, PRONUNCIADO POR EL LIBERTADOR SIMÓN BOLÍVAR EL 15 DE FEBRERO DE 1819, EN EL ACTO DE INSTALACIÓN DEL SEGUNDO CONGRESO DE VENEZUELA.*
DISCURSO DEL GENERAL BOLÍVAR AL CONGRESO DE VENEZUELA
Señor. ¡Dichoso el ciudadano que bajo el escudo de las armas de su mando ha convocado la Soberanía Nacional para que ejerza su voluntad absoluta! Yo, pues, me cuento entre los seres mas favorecidos de la Provincia Divina, ya que he tenido el honor de reunir a los Representantes del Pueblo de Venezuela, en este augusto Congreso, fuente de la autoridad legítima, depósito de la voluntad soberana, y árbitro del destino de la Nación.
Cuando transmito a los Representantes del Pueblo, el poder supremo que se me había confiado, colmo los votos de mi corazón, los de mis conciudadanos, y los de nuestras futuras generaciones que todo lo esperan de nuestra sabiduría, rectitud y prudencia. Al cumplir con este dulce deber, me liberto de la inmensa autoridad que me agoviaba; como de la responsabilidad ilimitada que pesaba sobre mis débiles fuerzas. Solamente una necesidad forzosa, unida a una voluntad imperiosa, por parte del Pueblo me habría sometido al terrible y peligroso encargo de Dictador Gefe Supremo de la República. Pero ya respiro, devolviendoos esta Autoridad, que con tanto riesgo, dificultad y pena he logrado mantener en medio de las tribulaciones más horrorosas que pueden afligir a un Cuerpo Social.
No ha sido la época de la República, que he presidido, una mera tempestad política, ni una guerra sangrienta, ni una anarquía popular; ha sido, sí, el desarrollo de todos los elementos desorganizadores; ha sido la explosión de un torrente infernal que, ha sumergido la tierra de Venezuela. ¡Un hombre! y un hombre como yo! ¿qué Diques podría oponer al ímpetu de estas devastaciones? En medio de este piélago de angustias no he sido más que un vil juguete del uracan revolucionario que me arrebataba como una débil paja. Yo no he podido hacer, ni bien, ni mal: fuerzas irresistibles han dirigido la marcha de nuestros sucesos; atribuirmelos no sería justo, y sería darme una importancia que no merezco. ¿Quereis conocer los autores de los acontecimientos pasados y del orden actual? consultad los anales de España, de América, de Venezuela: examinad las Leyes de Indias el régimen de los antiguos mandatarios: la influencia de la Religión y el dominio extrangero: observad los primeros actos del Gobierno Republicano: la ferocidad de nuestros enemigos; y el carácter Nacional. No me pregunteis sobre los efectos de estos trastornos para siempre lamentables: apenas se me puede suponer simple instrumento de los grandes móviles que ha obrado sobre Venezuela. Sin embargo mi vida, mi conducta, todas mis acciones públicas y privadas son del dominio del Pueblo. ¡Representantes! vosotros debeis juzgarlas. Yo someto la historia de mi mando a vuestra imparcial decisión, y nada añadiré para escusarla; ya he dicho quanto puede hacer mi apología. Si merezco vuestra aprovación, habré alcanzado el sublime título de buen ciudadano preferible para mí, al de Libertador que me dió Venezuela, al de Pasificador que me dió Cundinamarca, y a los que el Mundo entero me puede dar.
Legisladores: yo deposito en vuestras manos el mando Supremo de Venezuela. Vuestro es ahora el sublime deber de consagraros a la felicidad de la República: en vuestras manos está la balanza de nuestro destino, la medida de nuestra gloria: ellas sellarán los Decretos que fixen nuestra Libertad. Este momento el Gefe Supremo no es mas que un simple ciudadano; y tal quiere quedar hasta la muerte. Serviré sin embargo en la carrera de las armas mientras haya enemigos en Venezuela. Multitud de beneméritos hijos tiene la Patria capaces de dirigirla: talentos, virtudes, esperiencia, y quanto se requiere para mandar a hombres libres, son el patrimonio de muchos de los que aquí representan el Pueblo; y fuera de este augusto cuerpo, se encuentra ciudadanos que en todas épocas han mostrado valor para arrostrar los peligros, prudencia para evitarlos, y el arte en fin de gobernarse, y de gobernar a otros. Estos ilustres varones merecerán sin duda los sufragios del Congreso, y a ellos se encargará del Gobierno que tan cordial y sinceramente acabo de renunciar para siempre.